domingo, 17 de abril de 2011

Palabras del estoicismo



"¿Qué hay de grande aquí abajo? ¿Cubrir los mares con nuestras flotas, plantar nuestras enseñas en las orillas del mar Rojo y, cuando ya no queda tierra para nuestras devastaciones, errar por el océano en busca de playas desconocidas? No: es haber visto todo este mundo con los ojos del espíritu, es haber obtenido el triunfo más hermoso, el triunfo sobre los vicios. Incontables son los hombres que se hicieron amos de ciudades y naciones enteras; pero ¡qué pocos lo fueron de sí mismos! ¿Qué hay de grande aquí abajo? Elevar el alma por encima de las amenazas y las promesas de la fortuna; no querer esperar de ésta nada que sea digno de nosotros. ¿Qué tiene ella, en efecto, que debamos anhelar, cuando nuestras miradas, al volver el espectáculo de las cosas celestes a la tierra, no encuentran en ésta más que tinieblas, como cuando se pasa de un claro día a la sombría noche de los calabozos? Lo grande es un alma firme y serena en la adversidad, que acepta todos los acontecimientos como si los deseara ¿No deberíamos desearlos, en efecto, si supiéramos que todo ocurre por los decretos de Dios? Lo grande es ver hacer a nuestros pies las saetas de la suerte; recordar que somos hombres; decirnos, si somos dichosos, que no lo seremos durante mucho tiempo. Lo grande es tener el alma al borde de los labios y presta a partir; entonces somos libres no por derecho de ciudadanía, sino por derecho de naturaleza"
SÉNECA


"La filosofía no promete asegurar nada externo al hombre: en otro caso supondría admitir algo que se encuentra más allá de su verdadero objeto de estudio y materia. Pues del mismo modo en que el material del carpintero es la madera, y el del escultor, bronce, el objeto del arte de vivir es la propia vida de cada cual".
EPICTETO

¿Qué opiniones les merece estas palabras que nos llegan desde el estoicismo? ¿Pueden vincularlas con lo que Foucault denomina "prácticas de sí" o "arte de vivir" en el texto "La escritura de sí", y en el marco de la la "inquietud de sí" o "cuidado de sí" que leímos en La hermenéutica del sujeto? ¿De qué manera?

miércoles, 13 de abril de 2011

Acerca de la vida y la muerte como problema filosóficos


La muerte de Sócrates de Jacques Louis David

Sócrates (470 -399 aC), maestro de Platón, fue condenado a muerte, acusado de pervertir con sus ideas a los jóvenes. Antes de beber la cicuta, leemos en el Fedón (de Platón) que dice:



“La muerte es una de estas dos cosas: o bien el que está muerto no es nada ni tiene sensación de nada, o bien, según dice, la muerte es precisamente una transformación, un cambio de morada para el alma de aquí a otro lugar. Si es una ausencia de sensación y un sueño, como cuando se duerme sin soñar, la muerte sería una ganancia maravillosa…pero ya es hora de marcharnos, yo a morir, vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios”.
Por otro lado Epicuro (341-270 aC), decía:

“La muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los segundos, éstos han desaparecido ya. A persa de ello, la mayoría de la gente unas veces rehúye a la muerte viéndola como el mayor de los males, y otros la invocan para remedio de las desgracias de la vida. El sabio por su parte, ni desea la vida, ni rehúye el dejarla, porque para él vivir no es un mal, ni considera que lo sea  la muerte. y así como entre los alimentos no escoge los más abundantes, sino los más agradables, del mismo modo disfruta no del tiempo más largo, sino del más intenso en placer”.


¿A cuál de estas posturas adhieren, y por qué?
[No olviden que en la página "OTRAS LECTURAS" se encontrarán con: -Un fragmento de un capítulo de CARPIO, Principios de Filosofía, sobre la filosofía de Platón. - La alegoría de la caverna de Platón (La República). -El mito del carro alado (Fedro)].

jueves, 7 de abril de 2011

Sujeto y verdad: “conócete a ti mismo” e “inquietud de sí”



Para los griegos, Delfos era el ombligo del mundo, donde se habían reunido las dos águilas enviadas por Zeus desde los bordes opuestos de la circunferencia de la Tierra. Allí se consagraba el culto a Apolo, y la pitia o pitonisa pronunciaba sus augurios. “Conócete a ti mismo” (gnothi seauton) eran las palabras escritas sobre el oráculo. El oráculo délfico se convierte en fundador, en la historia del pensamiento occidental, de las relaciones entre “sujeto” y “verdad”.

Sin embargo, en su curso en el Collège de France de 1982, La hermenéutica del sujeto, Michel Foucault decide investigar las relaciones entre subjetividad y verdad a partir de otra noción, la de “inquietud de sí mismo” (epimeleia heautou), que designa el “ocuparse” o “preocuparse de sí”, y se relaciona con una serie de prácticas y acciones que uno ejerce sobre sí mismo.

Foucault concibe la inquietud de sí mismo como una actitud general, una manera determinada de atención, de mirada sobre lo que se piensa y lo que sucede en el pensamiento. Implica también acciones que uno ejerce sobre sí, mediante las cuales se hace cargo de sí mismo, se modifica, se purifica, se transforma y transfigura. En síntesis, es una actitud con respecto de sí mismo, con respecto a los otros, y con respecto al mundo.

El ocuparse de sí tiene como ancestro en la Grecia arcaica una serie de prácticas que Foucault reúne bajo el nombre de “técnicas de sí” o “tecnologías de sí”. Por éstas entiende “prácticas meditadas y voluntarias mediante las cuales los hombres no sólo fijan reglas de conducta, sino que procuran transformarse a sí mismos, modificarse en su ser singular y hacer de su vida una obra”.

El precepto griego del famoso oráculo de Delfos “conócete a ti mismo” estaba en la Antigüedad Clásica ligado al precepto de la inquietud de sí. Por aquél no se entendía, como luego, una búsqueda en la interioridad o reflexión sobre sí mismo; la fórmula no era el autoconocimiento como fundamento moral o religioso. Era un precepto práctico de atención a uno mismo, y por eso se asocia con el cuidado u ocupación de sí, que tiene como fin la transformación del sujeto.

Las cuestiones “¿cómo tener acceso a la verdad?” y “¿cuáles son las transformaciones necesarias en el ser mismo del sujeto para tener acceso a la verdad?” se encontraban vinculadas en la Antigüedad. Filosofía y espiritualidad, de algún modo, iban juntas.

“Llamemos “filosofía” la forma de pensamiento que se interroga acerca de lo que permite al sujeto tener acceso a la verdad, la forma de pensamiento que intenta determinar las condiciones y los límites del acceso del sujeto a la verdad. Pues bien, si llamamos “filosofía” a eso, creo que podríamos llamar “espiritualidad” la búsqueda, la práctica, la experiencia por las cuales el sujeto efectúa en sí mismo las transformaciones necesarias para tener acceso a la verdad”

Luego, en la historia del pensamiento occidental la noción de inquietud de sí fue desplazada o reabsorbida por la noción délfica del conócete a ti mismo. El encubrimiento de la inquietud de sí por el conócete a ti mismo obedece a las modificaciones en las relaciones entre sujeto y verdad, que partir del “momento cartesiano” y de acuerdo al modo en que el pensamiento rehizo su propia historia, situó el punto de partida en la evidencia del cogito. Descartes con su célebre frase “cogito ergo sum” (“pienso, luego existo”), señaló el autoconocimiento como principio de evidencia de lo real. La indubitabilidad de la existencia del sujeto se vuelve el acceso fundamental a la verdad.

La escisión entre el conocimiento de sí y la inquietud de sí tiene como consecuencia, para la historia del pensamiento y de la subjetividad, que el sujeto ya no tiene que transformarse para ser poseedor de la verdad; es la ruptura entre el acceso a la verdad y la exigencia de una transformación del sujeto. Sin embargo, Foucault muestra que en la historia de la filosofía esta cuestión no desapareció del todo, y que en el caso del marxismo o en el psicoanálisis están en el corazón mismo de sus reflexiones.

La sospecha de Marx, Nietzsche y Freud se situará sobre el armazón que el “conócete a ti mismo” se construyó a lo largo de varios siglos. El descubrimiento del inconciente es de gran importancia por el papel epistemológico que juega en las llamadas “ciencias del hombre”, ya que señala un principio de la anunciada muerte del hombre, es decir, la desaparición del hombre como fundamento y la desaparición de la identificación de la conciencia con la representación. Foucault es heredero de esa sospecha. La filosofía del sujeto había mostrado la identificación entre el sujeto y la interioridad o reflexión. Al enunciar la problemática de la subjetividad en términos de dispositivos de saber, de poder y de tecnologías del yo, Foucault pone de relieve una subjetividad que no es del orden de lo originario, sino del orden de la producción. Y la propuesta de realizar una historia de los acontecimientos en el pensamiento permite pensar una historia de la subjetividad deconstructiva del sujeto como fundamento.


La filosofía según Foucault

"Hay momentos en la vida en los que la cuestión de saber si se puede pensar distinto de como se piensa y percibir distinto de como se ve es indispensable para seguir contemplando o reflexionando. Quizá se me diga que estos juegos con uno mismo deben quedar entre bastidores, y que, en el mejor de los casos, forman parte de estos trabajos de preparación que se desvanecen por sí solos cuando han logrado sus efectos. Pero ¿qué es la filosofía hoy -quiero decir la actividad filosófica- si no el trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo? ¿Y si no consiste en vez de legitimar lo que ya se sabe, en emprender el saber cómo y hasta dónde sería posible pensar distinto?"

Michel Foucault

martes, 5 de abril de 2011

Hacer filosofía: abordar el color



Van Gogh - Noche Estrellada
En el fragmento de El abecedario de Gilles Deleuze (que pueden ver en la página Recursos), Deleuze responde de un modo comparativo ante la pregunta sobre la historia de la filosofía. Hay una diferencia entre hacer "historia de la filosofía" y hacer "filosofía". Esa diferencia es explicada a partir de la pintura. Entonces menciona que Van Gogh o Gauguin tardaron mucho tiempo en animarse a abordar el color, ese color que hoy conocemos de sus pinturas y que nos estremece por sus intensidades. Hacer filosofía es un animarse a abordar el color. Pero para hacer filosofía, antes se debe comenzar por hacer historia de la filosofía, es decir, preguntarse por los conceptos que crearon otros filósofos (por ejemplo el concepto de Platón de "Idea"), preguntarse por el problema que hizo surgir esos conceptos, que tienen que ver con una sociedad y un momento determinados.

Abordar el color en filosofía es ir un poco más allá de la pregunta por qué es tal o cual concepto para tal o cual filósofo. Abordar el color en filosofía es cumplir con su función: la de crear conceptos y la de plantear problemas. Lo cual nos muestra una filosofía que no es abstracta, sino que responde a una realidad determinada, a un contexto, a una situación y a unos problemas. Por esto, Deleuze también se ríe de la idea de un "fin" de la filosofía. No habrá un final de la filosofía en la medida en que cada vez se plantean nuevos problemas que necesitan de nuevos conceptos para ser pensados. Hay, según Deleuze, un devenir del pensamiento, no pensamos de la misma manera que antes, ni pensaremos de la misma manera en otro momento. Y he ahí también la importancia fundamental de la filosofía: no tanto la de responder a preguntas (preguntas complicadas, preguntas abstractas...) sino la de poder plantear problemas. No tanto atender a si algo es verdadero o falso, sino a encontrarle o darle un sentido. En tanto no planteamos problemas, estamos adormilados, cómodos y acomodados, quietos, dejando que las cosas pasen sin un juicio sobre ellas. La filosofía, en este sentido, nos inquieta, nos incomoda. Por eso la filosofía, para Deleuze, se dirige a los no-filósofos. En la misma medida que lo hace la ciencia o el arte. Disfrutamos de la música sin ser músicos. De la misma manera, la filosofía se dirige a los no-filósofos y pide, al mismo tiempo, una lectura no-filosófica. Una lectura prefilosófica. En nuestro curso, haremos historia de la filosofía, para que, en algún momento, puedan ingresar al mundo de la filosofía, desde su carrera, desdes sus prácticas, desde sus inquietudes.

[En la página Recursos encontrarán una entrevista a Gilles Deleuze, El abecedario, (el fragmento es de la letra "H" de Historia de la Filosofía)].

domingo, 3 de abril de 2011

Sobre la amistad

 
De Sandra Barrozo. Ver más en: http://bienvenidacassandra.blogspot.com/

Gilles Deleuze y Félix Guattari, en la Introducción de ¿Qué es la filosofía? se valen de la famosa etimología del filósofo como el “amigo de la sabiduría”, para luego afirmar la filosofía como aquella actividad que consiste en crear conceptos. Por tanto el filósofo se vuelve también el amigo del concepto. ¿Pero qué es un amigo?

Nietzsche, en su libro Así habló Zaratustra, pone de relieve esta diferencia que el amigo es respecto del sí mismo:

“Uno siempre a mi alrededor es demasiado” – así piensa el eremita. “Siempre uno por uno - ¡da a la larga dos!”
Yo y mí están siempre dialogando con demasiada vehemencia: ¿cómo soportarlo si no hubiese un amigo?
Para el eremita el amigo es siempre el tercero: el tercero es el corcho que impide que el diálogo de los dos se hunda en la profundidad.”
Nietzsche diferencia entre el “yo” y el “mí”, distinguiendo dos sujetos, un sujeto de lenguaje (o sujeto del enunciado) que dice “yo” y un sujeto de experiencia al que algo le pasa, (“mí”, o sujeto de enunciación). Si seguimos la idea de Deleuze y Guattari del filósofo como amigo de la sabiduría, ésta ocuparía aquél tercer término que se encuentra entre “yo” y “mi”, que nos permite soportar ese diálogo, diálogo que se ahogaría en sí mismo, que caería en una agujero.

Deleuze y Guattari dicen que Maurice Blanchot es uno de los escasos pensadores que se ocupan del sentido de la palabra “amigo” en filosofía. Dice Blanchot, en su libro titulado La amistad:

“Tenemos que renunciar a conocer a aquellos a quienes nos liga algo esencial; quiero decir que tenemos que acogerlos en la relación con lo desconocido en donde ellos a su vez nos acogen también, en nuestra lejanía. La amistad, esta relación sin dependencia, sin episodio, y en donde entra sin embargo toda la simplicidad de la vida, pasa por el reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de nuestros amigos, sino tan sólo hablarles, no hacer de ellos un tema de conversación (o de artículos), sino el juego del entendimiento en el que, al hablarnos, aquéllos reservan, incluso en la mayor familiaridad, la distancia infinita, esta separación fundamental a partir de la cual aquello que separa se convierte en relación. Aquí la discreción no está en el simple rechazo a hacer confidencias (lo cual verdaderamente sería muy grosero, y ya el hecho mismo de pensar en eso), sino que es el intervalo, el puro intervalo que, de mí a ese otro que es un amigo, mide todo lo que hay entre nosotros, la interrupción de ser que no me autoriza jamás a disponer de él, ni de mi saber de él (aunque sea para alabarlo) y que, lejos de impedir toda comunicación, nos pone en relación al uno con el otro en la diferencia y a veces en el silencio de la palabra”.
Independientemente de la conceptualización de Deleuze y Guattari sobre el amigo como un personaje conceptual de la filosofía, ¿qué piensan de estas dos formas de entender el amigo, la de Nietzsche y la de Blanchot?