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En El ser y la nada Sartre sostiene que es por el Otro que constituyo mi objetividad. En esta obra, Sartre continúa manteniendo la tesis presentada en La trascendencia del Ego, en donde la conciencia es concebida como “pura translucidez” frente a la “opacidad” del mundo de los objetos. Desde esta perspectiva, Sartre sostenía, contra Husserl, que no había ningún “yo originario”, sino que el “yo” era un fenómeno exterior que surgía del trato de la conciencia con el mundo y con los otros, y que luego era reintroducido en la conciencia a partir de la reflexión.
En El ser y la nada hay una radicalización de esta posición, la cual implicará el trasvasamiento a una dimensión de status ontológico. En efecto, La trascendencia del Ego forma parte, junto a Esbozo de una teoría de una teoría de las emociones, Lo imaginario y La imaginación, del inacabado proyecto sartreano de constituir una psicología fenomenológica; El ser y la nada, en cambio, tiene por objetivo la consolidación de una ontología fenomenológica (precisamente el subtitulo de la obra es Ensayo de ontología fenomenológica). Esta apuesta por una ontología fenomenológica partirá de una distinción del ser en dos regiones: el ser en-sí y el ser para-sí.
El ser en-sí se corresponderá con la dimensión objetual del ser. Rebosante, lleno de sí, opaco a sí mismo en tanto no posee ninguna diferencia consigo mismo, será definido como aquello que “es lo que es”[1]. El ser para-sí, por su parte, hace referencia a la conciencia y será definido como “aquello que es lo que no es y que no es lo que es”[2]. La paradoja del ser para-sí radicará, por lo tanto, en el hecho de que se trata de una región del ser que es nada. En este sentido, lo propio de la conciencia será ser autodeterminación constante de sí misma, no tener un ser predeterminado, encontrarse en una perpetua negación del ser en-sí. Si el ser en-sí es pura positividad, el ser para-sí es pura negatividad. En esta pura negatividad radicará la libertad del para-sí. Una negatividad que recae sobre sí misma ya que la conciencia se niega a sí misma a partir de cada acto.
Hay, por lo tanto, una total ausencia de objetividad en la conciencia, ella no puede ser nunca considerada como objeto. Efectivamente, el ser para-sí es, por definición, lo opuesto al ser objetivo de las cosas. Sin embargo, Sartre va a señalar un plano en el cual el para-sí a sí mismo se vive como objeto: cuando se da la emergencia del Otro. En este punto, Sartre señala que el hombre es ser para-sí, pero también ser para-otro. El ser para-otro se me revela en la facticidad de la existencia concreta en el mundo y no responde a ningún a priori. Mi ser para-otro se me revela cuando el Otro aparece frente a mí y me mira.
La descripción fenomenológica de la mirada ocupa un lugar de suma importancia en El ser y la nada ya que la mirada del Otro es lo que me da ser, lo que me cosifica. Cuando el Otro me mira, me vuelvo un objeto de su mirada, ocupo un lugar espacial, soy en medio de otros objetos, alcanzo la plenitud de ser del en-sí. El Otro se vuelve el sujeto para el cual soy objeto. “Soy poseído por el Otro, la mirada ajena modela mi cuerpo en su desnudez, lo hace nacer, lo esculpe, lo produce como es, lo ve como yo no lo veré jamás”[3]. Surge, entonces, una tensión trágica que revela las limitaciones ontológicas del para-sí. El Otro me reconoce de una forma en la cual jamás podré reconocerme yo mismo: como un objeto que está frente a él. Sartre observa que en la dimensión del para-sí, el cuerpo se presenta como punto de vista sobre el cual no puede haber punto de vista alguno; sin embargo, al estar frente al Otro surge una nueva dimensión: el cuerpo se vuelve para-otro. Mi cuerpo es visto y ese “ser visto” es algo que me resulta inalcanzable. En ese momento, se da una alienación con respecto a mi cuerpo, pues, al adquirir un ser objetivo, deja de pertenecerme para ser posesión de la mirada del Otro.
El Otro me da el ser pero ese ser no me pertenece a mí, sino que le pertenece al Otro. Mi existencia resulta robada, la mirada del Otro significa la alienación de mi existencia en tanto la existencia es lo contrario al ser. El fundamento de mi ser, pues, no soy yo, sino que es el Otro, lo que significa un desgarramiento ontológico.
Sin embargo, Sartre sostiene que existe una alternativa para escapar de esta cosificación: mirar al Otro. Mirar al Otro significa objetivarlo y volver a ser yo el sujeto. Cuando miro la mirada del Otro, esta deja de ser una mirada para convertirse en un objeto: cuando veo al Otro a los ojos, no me encuentro con una mirada, sino con los ojos como objetos.
En El ser y la nada hay, por lo tanto, una imposibilidad de “mirarnos”. O bien, miro al Otro, o bien el Otro me mira, no hay reciprocidad. En este punto, nos encontramos con la forma en que Sartre piensa las relaciones interpersonales como relaciones esencialmente agonísticas. Toda relación personal implica un conflicto permanente, una lucha en la cual, o bien soy cosificado, o bien cosifico al Otro.
En el capítulo de El ser y la nada “Las relaciones concretas con el Otro” Sartre observa las distintas actitudes en que se da la dialéctica subjetivación-objetivación. Estas actitudes se dividen en dos grupos. Por un lado, el amor, el lenguaje y el masoquismo. Por otro, la indiferencia, el deseo, el odio y el sadismo. El primer grupo representa la asunción de mi ser objetivo frente a la mirada del Otro. Es decir, me comprometo a ser el objeto en una relación en la que el Otro es el sujeto. En el caso del amor, significa asumirme como el objeto por excelencia de la mirada del Otro. El segundo grupo significa la objetivación del Otro y la asunción de mí mismo como el sujeto del que el Otro es objeto. Queda claro que, para Sartre, al menos en El ser y la nada, no hay punto intermedio entre una actitud y la otra: o cosifico al Otro, o el Otro me cosifica.
Sin embargo, ninguna de estas actitudes logra realizarse jamás. Por el contrario, cada una de ellas conlleva inevitablemente al fracaso. En efecto, no puedo convertirme nunca en objeto totalmente, ya que no lo soy, ontológicamente me encuentro imposibilitado de serlo, ya que pertenezco a una región del ser opuesta al del ser en-sí. Lo mismo ocurre con respecto al Otro; el Otro, al igual que yo, es en su ser más íntimo “libertad” y eso siempre saldrá alguna vez a relucir. Aunque sea indiferente ante los otros e intente negar mi objetividad, el mundo siempre me remite a un “afuera” del que formo parte y en el cual hay otros para los cuales soy un para-otro. Por eso, para Sartre, hay una permanente sensación de malestar y carencia.
En este sentido, el conflicto es el sentido originario del ser para-otro. Y dicho conflicto es irresoluble. A diferencia de Hegel, en donde el conflicto es superado en una nueva forma del Espíritu, y a diferencia de Marx, en donde el conflicto se resuelve en una forma superior de sociedad, en Sartre no hay resolución ni superación posibles porque el conflicto es inherente a las estructuras ontológicas del hombre.
En este punto, es importante destacar que esta dialéctica subjetivación-objetivación es fundamental para la comprensión del psicoanálisis existencial sartreano y que tendrá un lugar preponderante en obras tales como Baudelaire, San Genet, comediante y mártir y El idiota de la familia. Precisamente, en estas obras, Sartre intenta comprender la vida de escritores franceses relevantes a partir de su propia concepción del psicoanálisis y de la forma en que la mirada del Otro es interiorizada, asumida y rechazada, determinando así la forma en que cada uno se hace a sí mismo.
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