martes, 24 de mayo de 2011

Kant y Hegel, y Kojève y Lacan


Con Kant había llegado la modernidad europea a la autoconciencia. Kant ya no responde la pregunta “¿Qué es la ilustración?” como los demás ilustrados: el fin del oscurantismo medieval, el fin de los prejuicios (como el de la jerarquía natural de las clases sociales (unas son nobles, otras viles), o el prejuicio político del poder absoluto del rey, o el prejuicio religioso de las religiones reveladas); a la pregunta “qué es la ilustración” responde Kant, casi cinco años antes de su concreción política en la Revolución Francesa, que la Ilustración es “la salida del hombre de su autoculpable minoridad, es decir, de la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la guía de otro” (Kant, 1784). O sea, responde críticamente, autocríticamente, la culpa de que la humanidad haya tardado tanto en alcanzar su mayoría de edad la tiene la humanidad misma, a causa del ‘prejuicio metafísico’: confundir anhelo de infinitud con ser infinito, por creer que todo lo que piensa es real, por no haber notado antes que el sujeto que conoce es finito, que no puede conocer a Dios o al Bien, ni ninguna otra idea, sino solo actuar según ellas, porque son ideas, esto es, creencias, de valor exclusivamente práctico (no cognoscitivo, como acababa de aclarar tres años antes, en su Crítica de la razón pura (1781/1787): el conocimiento llega hasta donde tenemos información empírica). ¿Y acaso no es esto suficiente?
No –responderá Hegel–, no es para nada suficiente. Si conocer las cosas en sí mismas nos está vedado, si solo conocemos al sujeto y lo puesto por el sujeto, entonces solo hay sujeto, el sujeto es absoluto (todo lo real es racional, y todo lo racional es real), y si el sujeto humano lo único que ha venido haciendo desde el comienzo es conocerse a sí mismo, el sujeto es histórico, y la Historia es la historia de las manifestaciones, fenómenos, del sujeto. En 1807 comienza Hegel su carrera filosófica publicando la Fenomenología del espíritu. Había publicado otras cosas antes, comentarios, reseñas, pero nada tan original; comparable (según Bréhier o Abbagnano) a una novela “de formación” del tipo Wilhelm Meister, de Goethe, esto es, la fenomenología del espíritu sería “la historia de los vagabundeos del Espíritu por fuera de sí antes de reconocerse tal como es” (Bréhier, 1942, págs. 349, T. III), o “... la historia novelada de la conciencia que a través de rodeos, contrastes, escisiones y, por tanto, de la desdicha y el dolor, sale de su individualidad, alcanza la universalidad y se reconoce como razón que existe en acto en las determinaciones de lo real” (Abbagnano, 1946, pág. 500). Sospechosas coincidencias.
El fragmento de lectura obligatoria es la famosa sección A del cap. IV, donde Hegel propone cómo llega el ser humano a la autoconciencia. Es un texto fascinante y arduo. Una manera interesante de mediarlo para estudiantes de Psicología es el comentario que el profesor Kojève hizo de la Fenomenología durante varios años, de 1933 a 1939, en un seminario en la Escuela Práctica de Estudios Superiores de París, al que asistieron estudiantes luego famosos, como Jacques Lacan, y que se publicó completo después de la guerra (Kojève, 1947). Transcribo el comentario previo a la primera oración del texto de Hegel (el texto entre corchetes y en cursiva es el comentario de Kojève); el comentario completo puede descargarse del sitio de la cátedra en http://e-uda.uda.edu.ar.

Bibliografía
Abbagnano, Nicola (1946). Historia de la filosofía. Barcelona : Montaner y Simón.

Bréhier, Émile (1942). Historia de la filosofía. Buenos Aires: Sudamericana.

Hegel, Georg Wilhelm Friedrich (1807). Fenomenología del espíritu. Varias ediciones.

Kant, Immanuel (1781/1787). Crítica de la razón pura. México: Porrúa (1977).

––––. (diciembre de 1784). Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? Berliner Monatsschrift (Revista Mensual de Berlín) .

Kojève, Alexandre (1947). La dialéctica de amo y esclavo en Hegel. Buenos Aires: La Pléyade (1971).
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Alexandre Kojève
Comentario al cap. IV, sección A: “Autonomía y dependencia de la autoconciencia: dominio y servidumbre”, de la Fenomenología del espíritu, de Hegel.
[El hombre es Consciencia de sí. Es autoconsciente; consciente de su realidad y de su dignidad humana, y en esto difiere esencialmente del animal, que no supera el nivel del simple Sentimiento de sí. El hombre toma consciencia de sí en el momento en que por “primera” vez dice: “Yo”. Comprender al hombre por la comprensión de su “origen”, es comprender el origen del Yo revelado por la palabra.
Por tanto, el análisis del “pensamiento”, de la “razón”, del “entendimiento”, etc., de manera general: del comportamiento cognitivo, contemplativo, pasivo de un ser o de un “sujeto cognoscente”, no descubre jamás el porqué o el cómo del nacimiento de la palabra “Yo” y por consiguiente, de la autoconciencia, es decir, de la realidad humana. El hombre que contempla es “absorbido” por lo que él contempla; el “sujeto cognoscente” se “pierde” en el objeto conocido. La contemplación revela el objeto, y no el sujeto. Es el objeto, y no el sujeto el que se muestra a sí mismo en y por –o mejor aun– en tanto que acto de conocer. El hombre “absorbido” por el objeto que contempla no puede ser “vuelto hacia sí mismo” sino por un Deseo: por el deseo de comer, por ejemplo. Es el Deseo (consciente) de un ser el que constituye este ser en tanto que Yo y lo revela en tanto que tal y lo impulsa a decir: “Yo…”. Es el Deseo el que transforma al Ser revelado a él mismo por él mismo en el conocimiento (verdadero), en un “objeto” revelado a un “sujeto” por un sujeto diferente del objeto y “opuesto” a él. Es en y por, o mejor aún, en tanto que “su” Deseo que el hombre se constituye y se revela –a sí mismo y a los otros– como un Yo, como el Yo esencialmente diferente del no-Yo y radicalmente opuesto a éste. El Yo (humano) es el Yo de un Deseo o del Deseo.
El ser mismo del hombre, el ser antoconsciente, implica pues y presupone el Deseo. Por tanto, la realidad humana no puede constituirse y mantenerse sino en el interior de una realidad biológica, de una vida animal. Mas si el Deseo animal es la condición necesaria de la Autoconciencia, no es la condición suficiente de ella. Por sí solo ese Deseo no constituye más que el Sentimiento de sí.
Al contrario de! conocimiento que mantiene al hombre en una quietud pasiva, el Deseo lo torna in-quieto y lo empuja a la acción. Nacida del Deseo, la acción tiende a satisfacerlo, y sólo puede hacerlo por la “negación”, la destrucción o por lo menos la transformación del objeto deseado: para satisfacer el hambre, por ejemplo, es necesario destruirlo, en todo caso, transformar el alimento. Así, toda acción es “negatriz”. Lejos de dejar lo dado tal como es, la acción lo destruye si no en su ser, por lo menos en su forma dada. Y toda “negatividad-negatriz” por relación a lo dado es necesariamente activa. Mas la acción negatriz no es puramente destructiva. Porque si la acción que nace del Deseo destruye una realidad objetiva para satisfacerlo, crea en su lugar, en y por esta destrucción misma, una realidad subjetiva. El ser que come, por ejemplo, crea y mantiene su propia realidad por la supresión de una realidad otra que la suya, por la transformación de una realidad otra en realidad suya, por la “asimilación”, la “interiorización” de una realidad “extraña”, “exterior”. De manera general el Yo del Deseo es un vacío que no recibe un contenido positivo real sino por la acción negatriz que satisface el Deseo al destruir, transformar y “asimilar” el no-Yo deseado. Y el contenido positivo del Yo. constituido por la negación, es una función del contenido positivo del no-Yo negado. Si en consecuencia el Deseo conduce sobre un no-Yo “natural”, el Yo será “natural” también. El Yo creado por la satisfacción activa de tal Deseo tendrá la misma naturaleza que las cosas sobre las cuales lleva ese Deseo: será un Yo “cosificado”, un Yo solamente viviente, un Yo animal. Y este Yo natural, función de un objeto natural, no podrá revelarse a él mismo y a los otros sino en tanto que Sentimiento de sí. No llegara jamás a la Autoconciencia.
Para que haya Autoconciencia es necesario que el Deseo se fije sobre un objeto no-natural, sobre alguna cosa que supere la realidad dada. Mas la única cosa que supera eso real dado es el Deseo mismo. Porque el Deseo tomado en tanto que Deseo, es decir, antes de su satisfacción, sólo es en efecto una nada revelada, un vacío irreal. El Deseo, por ser la revelación de un vacío, la presencia de la ausencia de una realidad, es esencialmente otra cosa que la cosa deseada, distinto de una cosa, de un ser real estático y dado, pues se mantiene eternamente en la identidad, consigo mismo. El Deseo que conduce hasta otro Deseo, tomado en tanto que Deseo, creará entonces por la acción negatriz y asimiladora que lo satisface, un Yo esencialmente otro que el “Yo” animal. Ese Yo, que se “nutre” de Deseos, será el mismo Deseo en su ser mismo, creado en y por la satisfacción de su Deseo. Y puesto que el Deseo se realiza en tanto que acción negadora de lo dado, el ser mismo de ese Yo será acción. Ese yo no será, como el Yo animal, identidad o igualdad consigo mismo, sino “negatividad-negatriz”. Dicho de otro modo, el ser mismo de ese Yo será devenir, y la forma universal de ese ser no será espacio sino tiempo. Su permanencia en la existencia significará entonces para ese Yo: “no ser lo que es (en tanto que ser estático y dado, en tanto que ser natural, en tanto que “carácter innato”) y ser (es decir, devenir) lo que no es”. Ese Yo será así su propia obra: será (en lo porvenir) lo que él ha devenido por la negación (en el presente) de aquello que ha sido (en el pasado), pues esta negación se efectúa en vista de lo que devendrá. En su ser mismo ese Yo es devenir intencional, evolución querida, progreso consciente y voluntario. Él es el acto de trascender lo dado que le es dado y que es él mismo. Ese Yo es un individuo (humano), libre (frente a lo real dado) e histórico (con relación a sí mismo). Y es ese Yo y ese Yo solamente, que se revela a sí mismo y a los otros en tanto que Autoconciencia.
El Deseo humano debe dirigirse sobre otro Deseo. Para que haya Deseo humano es indispensable que haya ante todo una pluralidad de Deseos (animales). Dicho de otro modo, para que la Autoconciencia pueda nacer del Sentimiento de sí, para que la realidad humana pueda constituirse en el interior de la realidad animal, es menester que esa realidad sea esencialmente múltiple. El hombre no puede, en consecuencia, aparecer sobre la tierra sino en el seno de un rebaño. Por eso la realidad humana sólo puede ser social. Mas para que el rebaño devenga una sociedad, la sola multiplicidad de Deseos no basta: es necesario aún que los Deseos de cada uno de los miembros del rebaño conduzcan –o puedan conducir– a los Deseos de los otros miembros. Si la realidad humana es una realidad social, la sociedad sólo es humana en tanto que conjunto de Deseos que se desean mutuamente como Deseos. El Deseo humano, o mejor, antropógeno, que constituye un individuo libre e histórico consciente de su individualidad, de su libertad, de su historia y, finalmente, de su historicidad, el Deseo antropógeno difiere pues del Deseo animal (que constituye un ser natural, sólo viviente y que no tiene más sentimiento que el de su vida) por el hecho de que se dirige no hacia un objeto real, “positivo”, dado, sino sobre otro Deseo. Así en la relación entre el hombre y la mujer, por ejemplo, el Deseo es humano si uno desea no el cuerpo, sino el Deseo del otro, si quiere “poseer” o “asimilar” el Deseo tomado en tanto que Deseo, es decir, si quiere ser “deseado” o “amado”, o más todavía: “reconocido” en su valor humano, en su realidad de individuo humano. Asimismo el Deseo que se dirige hacia un objeto natural no es humano sino en la medida en que está “mediatizado” por el Deseo de otro dirigiéndose sobre el mismo objeto: es humano desear lo que desean los otros, porque lo desean. Así, un objeto totalmente inútil desde el punto de vista biológico (tal como una condecoración o la bandera del enemigo) puede ser deseado porque es objeto de otros deseos. Tal Deseo sólo es un Deseo humano, y la realidad humana en tanto que diferente de la realidad animal no se crea sino por la acción que satisface tales Deseos: la historia humana es la historia de los Deseos deseados.
Al margen de esta diferencia esencial, el Deseo humano es análogo al Deseo animal. El Deseo humano tiende también a satisfacerse por una acción negadora, es decir transformadora y asimiladora. El hombre se “alimenta” de Deseos como el animal se alimenta de cosas reales. Y el Yo humano, realizado por la satisfacción activa de esos Deseos humanos, es tanto función de su “alimento” como el cuerpo del animal lo es del suyo.
Para que el hombre sea verdaderamente humano, para que difiera esencial y realmente del animal, hace falta que su Deseo humano prevalezca efectivamente en él sobre su Deseo animal. Pero todo Deseo es deseo de un valor. El valor supremo para un animal es su vida animal. Todos los Deseos del animal son en última instancia una función del deseo que tiene de conservar su vida. El Deseo humano debe superar ese deseo de conservación. Dicho de otro modo, el hombre no se “considera” humano si no arriesga su vida (animal) en función de su Deseo humano. Es en y por ese riesgo que la realidad humana se crea y se revela en tanto que realidad: es en y por ese riesgo que ella se “reconoce”, es decir, se muestra, se verifica, efectúa sus pruebas en tanto que esencialmente diferente de la realidad animal, natural. Y por eso hablar de “origen” de la Autoconciencia es necesariamente hablar del riesgo de la vida (con miras a un fin esencialmente no vital).
El hombre se “reconoce” humano al arriesgar su vida para satisfacer su Deseo humano, es decir, su Deseo que se dirige sobre otro Deseo. Pero desear un Deseo es querer superponerse a sí mismo al valor deseado en ese Deseo. Porque sin esta sustitución se desearía el valor, el objeto deseado y no el Deseo mismo. Desear el Deseo de otro es, pues, en última instancia desear que el valor que yo soy o que “represento” sea el valor deseado por ese otro: quiero que él “reconozca” mi valor como su valor; quiero que él me “reconozca” como un valor autónomo. Dicho de otro modo, todo Deseo humano, antropógeno, generador de la Autoconciencia, de la realidad humana, se ejerce en función del deseo de “reconocimiento”. Y el riesgo de la vida por el cual se “reconoce” la realidad humana es un riesgo en función de tal Deseo. Hablar del “origen” de la Autoconciencia implica por necesidad hablar de una lucha a muerte por el “reconocimiento”.
Sin esa lucha a muerte hecha por puro prestigio, no habrían existido jamás seres humanos sobre la tierra. En efecto, el ser humano no se constituye sino en función de un Deseo dirigido sobre otro Deseo, es decir, en conclusión, de un deseo de reconocimiento. El ser humano no puede por tanto constituirse si por lo menos dos de esos Deseos no se enfrentan. Y puesto que cada uno de los dos seres dotados del mismo Deseo está dispuesto a llegar hasta el fin en la búsqueda de su satisfacción, esto es, está presto a arriesgar su vida y por consiguiente a poner en peligro la del otro, con el objeto de hacerse “reconocer” por él, de imponerse al otro en tanto que valor supremo, su enfrentamiento no puede ser más que una lucha a muerte. Y es sólo en y por tal lucha que se engendra la realidad humana, se constituye, se realiza y se revela a sí misma en los otros. No se realiza pues y no se revela sino en tanto que realidad “reconocida”.
No obstante, si todos los hombres, o más exactamente, todos los seres en trance de devenir seres humanos se comportan de la misma manera, la lucha debería culminar necesariamente con la muerte de uno de los adversarios, o de ambos a la vez. No sería posible que uno cediera ante el otro, que abandonara la lucha antes de la muerte del otro, que “reconociera” al otro en lugar de hacerse “reconocer” por él. Porque si así fuera, la realización y la revelación del ser humano sería imposible. Esto es evidente para el caso de la muerte de ambos adversarios, puesto que la realidad humana –siendo esencialmente Deseo y acción en función del Deseo– no puede nacer y mantenerse sino en el interior de una vida animal. Pero la imposibilidad se presenta sólo en el caso de la muerte de uno de los adversarios. Pues con él desaparece ese otro Deseo hacia el cual se dirige el Deseo para convertirse en Deseo humano. El sobreviviente, al no poder ser “reconocido” por el muerto, no puede realizarse y revelarse en su humanidad. Para que el ser humano pueda realizarse y revelarse en tanto que Autoconciencia no basta entonces que la realidad humana sea múltiple. Es necesario aún que esa multiplicidad, esa “sociedad”, implique dos comportamientos humanos o antropógenos esencialmente diferentes. Para que la realidad humana pueda constituirse en tanto que realidad “reconocida” hace falta que ambos adversarios queden con vida después de la lucha. Mas eso sólo es posible a condición de que ellos adopten comportamientos opuestos en esa lucha. Por actos de libertad irreductibles, es decir imprevisibles o “fortuitos”, deben constituirse en tanto que desigualdades en y por esa misma lucha. Uno de ellos, sin estar de ningún modo “predestinado”, debe tener miedo del otro, debe ceder al otro, debe negar el riesgo de su vida con miras a la satisfacción de su Deseo de “reconocimiento”. Debe abandonar su deseo y satisfacer el deseo del otro: debe “reconocerlo” sin ser “reconocido” por él. Pero, “reconocer” así implica “reconocerlo” como Amo y reconocerse y hacerse reconocer como Esclavo del Amo.
Dicho de otro modo, en un estado naciente, el hombre no es jamás hombre simplemente. Es siempre, necesaria y esencialmente, Amo o Esclavo. Si la realidad humana no puede engendrarse sino en tanto que socialmente, la sociedad, por lo menos en su origen, no es humana sino a condición de implicar un elemento de Dominio y un elemento de Esclavitud, existencias “autónomas” y existencias “dependientes”. Y por eso hablar del origen de la Autoconciencia es necesariamente hablar de “la autonomía de la dependencia de la Autoconciencia, de la Tiranía y la Esclavitud”.
Si el ser humano sólo se engendra en y por la lucha que culmina en la relación entre Amo y Esclavo, la realización y la revelación progresivas de ese ser no pueden tampoco ellas efectuarse sino en función de esa relación social fundamental. Si el hombre sólo es su devenir, si su ser humano en el espacio es su ser en el tiempo o en tanto que tiempo, si la realidad humana revelada no es otra cosa que la historia universal, esa historia debe ser la historia de la interacción entre Tiranía y Esclavitud: la “dialéctica” histórica es la “dialéctica” del Amo y del Esclavo. Pero si la oposición de la “tesis” y de la “antítesis” no tiene sentido sino en el interior de la conciliación por la “síntesis”, si la historia en el sentido estricto de la palabra tiene necesariamente un punto final, si el hombre que deviene debe culminar en el hombre devenido, si el Deseo debe culminar en la satisfacción, si la ciencia del hombre debe tener el valor de una verdad definida y universalmente válida, la interacción del Amo y del Esclavo debe por fin culminar en su “supresión dialéctica”.
Sea como fuere, la realidad humana no puede engendrarse y mantenerse en la existencia sino en tanto que realidad “reconocida”. Sólo siendo “reconocido” por otro, por los otros, y, en su límite, por todos los otros, un ser humano es realmente humano tanto para él mismo como para los otros. Y no es sino hablando de una realidad humana “reconocida” que se puede, al llamarla humana, enunciar una verdad en el sentido propio y exacto del término. Porque es sólo en ese caso que se puede revelar por su discurso una realidad. Por eso, al hablar de la Autoconciencia, del hombre consciente de sí mismo, es necesario decir:]
La Autoconciencia existe en y para sí en la medida y por el hecho de que existe (en y para sí) para otra Autoconciencia; es decir, que ella sólo existe en tanto que entidad-reconocida.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Guauu ! no sabe cuanto le agradezco lo q publico, estaba un poco perdida con estos autores ! gracias cuando lo lei largue un suspiro de alivio ja

Luci

Anónimo dijo...

Yo tengo un problema.. Se me hace muy difícil entender la bibliografía obligatoria del cuadernillo y el texto que han dejado acá va por el mismo camino.. Entonces lo que he hecho además de leer en un libro introductorio de la filosofía donde explican a Hegel, es ver en "Filosofía aquí y ahora" los capítulos de Hegel.. Lo que he escuchado lo he entendido muy bien pero quisiera preguntarles si está muy mal que me guíe con lo que Feinman dice en ese programa para leer el texto...

Silvana Vignale dijo...

"Mal", por supuesto que no. Está muy ien que encuentres caminos alternativos para entender lo que se te hace difícil. El problema es que igualmente tenés que hacer un trabajo personal con los textos, es decir, un trabajo de interpretación. de lo contrario, bastaría un manual acerca de la filosofía de Hegel. Pero es muy importante el encuentro con el autor, con su escritura, y la propia elaboración de ese texto.