A pedido de los alumnos de la comisión B de primer año, aquí la conferencia inaugural del Ciclo 2015 de la profesora Silvana Vignale.
-------
Buenas Tardes. Lo que comienza aquí no es solamente un discurso o la
lección inaugural del ciclo lectivo. Lo que comienza aquí, una vez más, es el
retorno de lo eterno, de aquello que, afirmamos convencidos, otra vez tiene que
empezar. Porque los ciclos, o el tiempo que se reinicia, pueden ser el modo en
que la especie humana organiza el tiempo y lo mide, aunque es cierto también
que la misma vida nos propone el retorno de lo que fue alguna vez. Sea lo
eterno que retorna, o la experiencia de la felicidad como un instante fugaz que
se hizo eterno. Lo cierto es que la fugacidad del instante nos obliga a
inaugurar cada vez un tiempo, un tiempo que es nuestro tiempo, y a apropiarnos
de él, lo que nunca es del todo posible.
Voy a detenerme sobre dos ideas. Sobre la transitoriedad de ese instante, del
tiempo que pasa y transcurre, y que siempre se nos escapa, y sobre la idea de
lo que retorna, en la inauguración de los ciclos. Porque no nos interesa aquí
responder a la pregunta ¿qué es el tiempo?, sino problematizar cierta
experiencia cotidiana, aquella que se ocupa de las inauguraciones. Pues el
problema del tiempo, desde el punto de vista de nuestros modos de vida, no se
reduce a su buen o mal empleo, sino a cómo éste interviene en la relación que
establecemos con nosotros mismos.
*
Freud escribió un texto breve, pero intenso, sobre la transitoriedad. En
él, habla de un retorno de lo eterno. Cuenta de un amigo poeta que preocupado
por la belleza de la naturaleza que les circundaba en un paseo que estaban
dando, sostenía que carecía de valor en cuanto se encontraba sujeta a la
transitoriedad. Freud discute la idea de que la transitoriedad de lo bello
conlleve su desvalorización. Por el contrario, ¡se trata de un aumento del
valor, de las cosas efímeras! ¿Por qué?
Porque el hecho de que el tiempo siempre nos falte, y por lo tanto que el
goce se nos restrinja, eso lo vuelve más apreciable. Pero además, porque la
naturaleza hace volver, al año siguiente, su belleza. Y ese retorno es eterno
en proporción al lapso de nuestra vida. Freud explica para sí mismo que su
amigo poeta no alcanza a comprender estas ideas en cuanto se encuentra en
presencia de un factor que le enturbia su mente: el duelo por la pérdida de lo
que hemos amado. El tiempo nos coloca, cada vez, en presencia de aquello que
fuimos, en presencia de aquellos que perdimos, de los rasgos con los que
identificábamos las cosas y nos identificábamos, como un fantasma inapresable. Freud
señala: “la libido se aferra a sus objetos y no quiere abandonar los perdidos
aunque el sustituto ya esté aguardando”.[1]
Al año siguiente de la conversación de Freud con el poeta, estalló la
guerra, y se llevó todo lo bello. Pero no por eso se desvalorizó todo lo
perdido, porque el duelo también expira. Y cuando acaba de renunciar a todo lo
perdido, la libido queda libre otra vez, -“si todavía somos jóvenes y capaces
de vida”, dice Freud-, sustituye los objetos perdidos por otros nuevos. Es la
inauguración de un nuevo tiempo, quizás no el de la naturaleza que año a año
retorna sucediendo las estaciones, sino ése nuestro que, cada vez, inauguramos en
los ciclos.
Ahora bien, el “ciclo” supone una idea respecto del tiempo. Se trata de
una temporalidad que no es lineal, sino, por el contrario, circular. Las
inauguraciones y los recomienzos suponen el retorno de un tiempo que, a pesar
de retornar eternamente, nunca es lo mismo lo que retorna.
Nietzsche formula esta idea del “eterno retorno”, imaginando lo siguiente:
“Qué sucedería si un día,
o una noche, un genio te fuese siguiendo hasta adentrarse subrepticiamente en
tu más solitaria soledad y te dijese: «Esta vida, tal y como tú ahora la vives
y la has vivido, tendrás que vivirla una vez más e incontables veces más; y no
habrá en ella nada nuevo, sino que todo dolor y todo placer, y todo pensamiento
y suspiro, y todo lo indeciblemente pequeño y grande de tu vida tiene que
volver a ti, y todo en el mismo orden y secuencia, e igualmente esta araña y
esta luz de luna entre los árboles, e igualmente este instante y yo mismo. Al
eterno reloj de arena de la existencia se le dará la vuelta una vez y otra, ¡y
a ti con él polvillo del polvo!». ¿No te arrojarías al suelo, y harías rechinar
tus dientes y maldecirías al genio que hablase así? ¿O acaso has experimentado
alguna vez un instante enorme en el que respondieses: «¡eres un dios y nunca he
oído nada más divino?». Si aquél pensamiento cobrase poder sobre ti,
transformaría al que ahora eres y quizá te despedazaría; la pregunta «¿quieres
esto una vez más, e incontables veces más? », referida a todo y a todos,
¡gravitaría sobre tu actuar con el peso más abrumador! Pues ¿cómo podrías
llegar a ver la vida, y a ti mismo, con tan buenos ojos que no deseases otra cosa que esa
confirmación y ese sello últimos y eternos?”[2]
Para Nietzsche, la idea del eterno retorno es
la más difícil y la más terrible. La idea de que el tiempo es infinito,
precipita a pensar que todo –las constelaciones de fuerzas y formas, todas las
configuraciones espacio-temporales, todas las alegrías y todos los
sufrimientos- volverán y volverán una cantidad infinita de veces, eternamente. Pero
nos equivocamos si pensamos que eterno retorno es el retorno de lo mismo, en
cuanto siempre en el retorno se produce una diferencia. Por eso Nietzsche no
otorga tanto peso a la doctrina física del eterno retorno, como a su doctrina
ética. “¿Quieres esto aun una vez más y un número infinito de veces?” Se trata
de la posibilidad de prescribirnos una regla a nuestra propia voluntad, que se
sintetiza en el siguiente precepto: “lo que quieres, quiérelo de tal manera,
que quieras con ello también su eterno retorno”.
La
máxima del eterno retorno
invita a que pensemos cada momento y cada acto a la luz de nuestro más alto
querer. ¿Queremos esta vida de tal modo que queremos que retorne eternamente?
Si no es así, estamos viviendo de manera mediocre, de manera conformista,
estamos haciendo las cosas a medias. Es un querer-a-medias, que sólo nos
conduce a pequeños placeres y pequeños dolores, que reduce la superficie de
nuestras pasiones y la intensidad de la vida. Una tontería, una bajeza, una
cobardía, una maldad ¿querrían su eterno retorno? El eterno retorno hace
del querer una creación, en la medida en que la voluntad de poder quiere que lo
que quiere retorne eternamente. Y si logramos pensarlo así, y queremos nuestra
vida de tal manera que queremos también que ella retorne eternamente, pues ya
no somos los mismos que éramos.
*
En aquella relación con el tiempo se juega nuestra biografía, que no es
otra cosa que el tiempo de nuestra vida. Un tiempo que transcurre, en el mayor
de los casos, en lo cotidiano. La cotidianidad no es otra cosa que lo que
nosotros hacemos con nuestro tiempo todos los días; el tiempo ganado y el
tiempo perdido, pero sobre todo, el modo en el que logramos –en esa, nuestra
propia temporalidad- hacer algo de nosotros mismos, darnos aquellas máximas
que, aunque desobedientes de éticas heterónomas, no dejan de ser reglas para
nosotros mismos, reglas que cada uno se da a sí mismo, para llegar a ser el que
se es. Porque no somos algo ya hecho y acabado, sino un conjunto de fuerzas en
tensión, una lucha de poder consigo mismo… y donde hay lucha de fuerzas, hay
gobierno de unas sobre otras. De ahí la idea foucaulteana de que la
subjetivación, esto es, el modo en que nos constituimos a nosotros mismos, que
nos relacionamos con nosotros mismos, es un gobierno de sí mismo.
Constituirnos a nosotros mismos va en contra de toda teoría pedagógica que
suponga el modelado de los estudiantes, como si fueran barro, la famosa idea de
la tabula rasa. No habría modo de aprender, sino a partir de sí mismo, de la
relación con uno mismo, con los otros, y con el mundo. De nada sirve un maestro
empeñado en enseñar si no logra aquello que Sócrates enseñaba: que hay que ocuparse
de sí mismo, cuidar de sí mismo, relacionarse consigo mismo. Afirmando la
transitoriedad de lo que pasa, y queriendo que retorne.
[1] FREUD,
Sigmund. “La transitoriedad (1916 [1915]). En: Obras completas. Volumen XIV P.
311.
[2] NIETZSCHE,
Friedrich. “El peso más abrumador”. En La
gaya ciencia. Madrid, EDAF, 2011, p.287-288.