jueves, 29 de marzo de 2012

Yo no tengo una personalidad



“Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.

En mí, la personalidad es una especie de forunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad. 
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W.C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo me pregunto-- todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de con temporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquella desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, esta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abuse de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junta con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. E1 hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto mas insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.”


Oliverio Girondo, Espantapájaros,  8.

1 comentario:

Javier dijo...

Pienso que desde el momento en que despertamos hasta en el que dormimos, estamos sujetos a la "decisión" o a la "no decisión".

Depende de la hora a la que despertemos decidiremos qué haremos a continuación, si es que hacer algo es lo que queremos. Se plantean entonces dos posibilidades: la de hacer y la de no hacer. Cualquiera que elijamos traerá aparejada, seguramente, más decisiones por hacer (incluso la decisión de no hacer estuvo precedida por otra de hacer).

Supone que te levantas de la cama, ¿qué vas a hacer luego y qué no vas a hacer? ¿Tomás el micro o no lo tomás? Incluso podes llegar a decidir sobre cosas no tan triviales como las anteriores. Hagas (o no hagas) lo que hagas, sos capaz de diferenciar dos antagónicos: el hacer y el no hacer.

Estos antagónicos están en todas partes, y no son solo antagónicos, sino que son complementarios. Vivís de día y dormís de noche. Si ves, seguramente distinguís entre el color blanco y el negro (o la idea de ellos), entre el cielo y la tierra, entre lo vivo y lo muerto, entre lo que es y lo que no es. Sin embargo, dichos antagónicos están unidos entre sí, no solo por la idea de su complementación, si no mediante “intermedios”. Podemos pasar del blanco al negro mediante una escala de grises, del cielo a la tierra y de lo vivo a lo muerto.

Vivimos entonces en un mundo plagado de estos antagónicos complementarios. Nos desarrollamos en ese mundo. ¿Por qué entonces tratamos de asegurarnos para nosotros mismos una única personalidad? ¿Por qué siempre tratamos de definirnos como algo estable, sin reconocer su antagónico, su otro, del cual vamos y venimos constantemente? Vale para la personalidad la siguiente salvación: al decir que el antagónico de alguien que experimente cierto estado anímico (como por ej.: el estar feliz) no hace referencia al contrario de su estado (en el ejemplo, estar triste) sino más bien a aquello que dejamos de lado al tratar de definirnos como un todo unitario, es decir, al tratar de reducir la personalidad a una unidad. ¿Será eso que dejamos de lado lo que en definitiva nos trae a mal vivir, al no permitirle el lugar correspondido por complementación? Como expone Girondo: “Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente”.